Taller de Redacción (profesora Marcela Torrejón) los ejercicios de escritura fueron vinculados a una problemática ambiental que decidirá el grupo de estudiantes.
Valentina Díaz Flores
Psicología
Muy cerca de la etnia Shipibo-Konibo se escuchan las ondulaciones provocadas por Ronín, la anaconda soberana del mundo acuático que hace fluir caudalosamente el río Ucayali que cruza el espeso bosque amazónico. Ya está oscureciendo, mas la alternancia entre la lluvia y el calor del clima tropical le quita el letargo de una tarde cualquiera al chamán mientras mezcla la Chacruna con el Nishi Cobin, mejor conocida como la ayahuasca, para continuar con el ritual de iniciación y curación chamanístico tradicional a un niño de 12 años con mucho potencial en sus venas. Con lo poco de claridad que aún queda, mira hacia afuera a la enorme parra gigante, fuerte, con hojas redondas, verdes y puntiagudas y piensa en lo afortunado que es al tener en sus tierras la ayahuasca o “bebida de la sabiduría”; recuerda todos esos momentos en que se conectó con los espíritus sensatos que abundan en la naturaleza a través de esta planta llena de poderes. Agradece con el amor a flor de piel a la madre de esta, Ronín, pues gracias a ella él sabe todo lo que se debe aprender para ser un chamán.
Todavía recuerda vívidamente su primer viaje, su iniciación. Su maestro, quien también vio potencial en su oratoria para volverse chamán, le dio una dieta especial antes de consumir ayahuasca: fueron dos días en los que ingirió pequeñas porciones de Chacruna principalmente para vomitarla, ya que el brebaje es tan potente que el cuerpo no logra aguantarlo. Al tercer día estaba listo para beber la majestuosa planta. Era de noche. El maestro le entregó la mezcla en una vasija artesanal y se puso a cantar íkaros (canciones tradicionales de su pueblo) para comenzar este viaje alucinógeno.
Lo primero que sintió fue que la voz de su maestro se hacía cada vez más tenue a medida que el vómito y el mareo se acrecentaban; la taquicardia que nublaba sus pensamientos le hacían sentir confusión y desorden, ya no entendía lo que pasaba. Empero su ritmo cardiaco lo estresaba, lograba oírlo diciéndole que eso era normal, que así se expulsa a los espíritus malignos que habitan en su interior. Aquello fue lo último que escuchó antes de ver cómo una serpiente larga, enorme y blanca, con diseños y colores hermosos en sus escamas, irrumpía armoniosamente en la habitación. Se paseaba por todas las esquinas al son de la música, brillante como un gran diamante, lo miró con sus enormes ojos, se acercó y le dijo: “Tu destino reside aquí, en este instante. Viles espíritus extranjeros vendrán en el futuro a destruir todo lo que he creado. Déjame enseñarte los secretos y el amor de las yerbas, el arte de la curación a través de mi hija la ayahuasca antes de que sea demasiado tarde”. Ronín le mostró a los futuros usurpadores: hombres tapados con ropas extrañas y grisáceas, sucios, con miradas y sonrisas ambiciosas que cortaban las plantas con espadas, que quemaban los bosques, mataban hombres con sus fusiles y violaban mujeres, mataban niños, quemaban parrales. ¡Mataban, quemaban, mataban!
Volvió la taquicardia. Gotas de sudor bajaban por su frente y sus ojos se desorbitaban mientras escuchaba disparos, gritos y llantos. En esos segundos sintió que ya no podía seguir. Nuevamente escuchó la voz diciéndole: “Tu misión en este mundo terrenal es preservar a mis hijas, mis plantas. Sus brebajes tienen que continuar curando heridas de la carne y desgarres del alma. Ven, déjame mostrarte mi reino eterno”. Su corazón no paraba de agitarse por las ansias de gritar que sí. Solo quería decir “¡sí!”. La habitación, instantáneamente, se volvió ligera. Observó sus piernas y notó que la serpiente lo acarreaba volando por el cielo para llevarlo hasta el nite shama (cielo extra-celestial). Sin siquiera percatarse, arribaron a un jardín. Había todo tipo de plantas que le murmuraban secretos, recetas, canciones y oraciones, pero ignoró todas esas voces cuando Ronín lo dejó parado frente al parral que está fuera de su casa y le dijo: “Mírala bien. Obsérvala. Es mi hija mayor, la ayahuasca, una curandera por excelencia. La he dejado afuera de tu morada para que la protejas, para que la uses y sanes a las almas de tu pueblo con la paciencia y el amor que los sabios espíritus, que cuidan a miles de hijas mías, te han otorgado. Cuida mientras puedas nuestro hogar que es mi madre, tu madre y la madre de todas las plantas y animales que conviven en paz”.
Ya era madrugada y, retornando a su estado de conciencia original, sentía cómo los vestigios de la ayahuasca salían por sus poros. Su maestro, expectante por saber qué ocurrió en su viaje, concluyó la sesión al entonar el último canto ancestral de aquella noche. Antes de alcanzar a articular palabras, el aprendiz lo miró con penetrante determinación y le dijo: “Quiero aprender todo acerca del arte de las plantas”.
Si tienes consultas o sugerencias, no dudes en comunicarte con nuestro equipo al correo sea@cultura.gob.cl y síguenos en redes sociales.